
Por Roberto Perracino. Presidente de Meprolsafe
Columna en Mitre y El Campo del Ingeniero Agrónomo Fernando Vilella, Profesor Titular Cátedra de Agronegocios y Director âdel Programaâ de Bioeconomía de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires y Presidente del CPIA. Ciencia, tecnología, diseños organizacionales y de gestión empresarial en la bioeconomía argentina
En la actualidad y a escala global todos sabemos, o deberíamos saber, que ningún sector o actividad tiene competitividad real si no ha incorporado ciencia y tecnologías. Esto es necesario aunque no suficiente ya que la capacidad de inserción en los mercados tiene también importantes componentes institucionales y organizacionales.
La baja competitividad y la falta de apertura de nuevos mercados del conjunto de la economía argentina puede ser tomado como un indicio de las prioridades donde han puesto en las últimas décadas las dirigencias políticas y empresarias. Las tasas de inversión en Ciencia y Tecnología son extremadamente bajas, en torno al malísimo 0,6% del PBI y de él dos terceras partes son públicos. Lo otro es que buena parte de ella no está conectada con la producción.
A pesar de las erráticas y coyunturales políticas públicas de las últimas décadas, la bioeconomía argentina ha desarrollado una alta competitividad global por haber incorporado masivamente ciencia, tecnología y diseños organizacionales y de gestión empresarial que le permite competir con los mejores a nivel global. Pocos sectores, como por ej. la industria del conocimiento, tienen igual comportamiento en Argentina. Esto a pesar de que cuando se ven los datos de OCDE que en la media de sus integrantes la agroindustria tiene subsidios del 10 % y Argentina es de menos 15, es decir que para empezar a competir estamos 25% abajo.
La historia de incorporación científica tecnológica puede ser resumida en la historia de los rendimientos del maíz. Desde 1900 y hasta la década del 30, los rendimientos en Argentina eran superiores a los de EEUU, no solo son los buenos suelos sino también tecnologías que, por ejemplo hicieron que la primera cosechadora automotriz mundial se diseñara en el país.
La perdida de rendimientos relativos en las décadas de los 40 y 50 fue significativa llegando a ser solo del 40% respecto a EEUU, por no incorporar los híbridos a tiempo, en trigo semejante. Frente a esto las instituciones públicas y privadas reaccionan creando en 1957 el INTA, el CONICET y profesores full time en la universidad y poco después los grupos CREA. Esto logró que a mediados de los 60 (2,15 tn frente a 4,65), a partir de los trabajos realizados por las instituciones y productores las diferencias pasaron a los actuales 80 %. Es decir creció más que EEUU fue de 4,5 veces contra 2,75%.
En los 60 el total cosechado era de 16 millones de tn, se llega a 100 en 2010 y ahora esta en 150, se multiplico por 9,4 en 60 años, producto de un crecimiento de solo el 85 % en la superficie y un 500 % en los rendimientos. Pero si consideramos que en esa época no se cultivaba soja, y su costo biológico para producir aceites y proteínas es más del 40% por unidad de peso, el sistema agro argentino aumento su rendimiento biológico por 7.
Pero, ¿qué otro sector histórico tiene esos valores?
No fue Magia, fue producto del mejoramiento genético, incorporación de la biotecnología, la siembra directa, el diseño de nuevas y sofisticadas maquinarias, el diseño organizacional, los contratistas, utilización de tecnologías informáticas en todos los pasos, la infraestructura de la hidrovia, algunas leyes que permitieron el uso de estas tecnologías. Y el trabajo del INTA, las universidades y grupos privados como AAPRESID y CREA entre otros.
Desde la conceptualización de la Bioeconomía, poniendo más cuidado que lo tradicional al ambiente y de la sociedad, hay deudas y necesidades de estrategias públicas- privadas para enfrentarlas en diversas dimensiones que involucran desde el cuidado de los nutrientes y MO del suelo, favorecer rotaciones de cultivos y productos empleados en los controles sanitarios, la descomoditización pampeana, el apoyo a las Agtech, la promoción frutihortícola, los acuerdos comerciales que permitan colocar más y más complejos productos y una que es central, una política a fondo de la química verde, para obtener más y más valiosas moléculas de la gran plataforma fotosintética que tiene Argentina.
No podrá ser sin favorecer a fondo un perfil inversor, la Vaca Viva, una de las pocas opciones que se tienen en un contexto de desocupación, pobreza y falta de dólares inéditos. Con consensos, uniendo dirigentes de todos los sectores que depongan ideologías sin sustento, y que actúen con grandeza, podrá haber así un desarrollo federal equitativo y mejor calidad de vida para todos.
Por Roberto Perracino. Presidente de Meprolsafe
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