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Economía circular: alimentos y energía desde el campo
Una planta que recicla residuos plásticos del campo, otra que elabora bioetanol a partir del maíz, hasta el caso de un presidente que abrirá un congreso con un traje "hecho de maíz". Un simposio de la Fauba y el Iica mostró las oportunidades que se abren para Argentina de la mano de la bioeconomía.
NOTICIAS31/05/2022REDACCIÓNCubiertas de auto y trajes fabricados a base de maíz. La posibilidad de aportar 2 MW/hora de energía al sistema nacional eléctrico a partir de los efluentes de cerdos. Ladrillos para la construcción fabricados a base de trigo prensado. Guardabarros, caños para fibra óptica y otros productos hechos con plásticos reutilizados de silobolsas. En el medio, la invasión de Rusia a Ucrania, los efectos de la pandemia, el cambio climático, la amenaza de futuras crisis sanitarias y la avidez de un mundo que exige productos sin impacto ambiental. Un escenario mundial que abre grandes oportunidades para Argentina.
Estos fueron algunos de los temas e interrogantes que se discutieron en el IX Simposio “Del Sur al Mundo. Alimentos e insumos frente a la crisis geopolítica global”, organizado por la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba) y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) el pasado 5 de mayo, y que contó con la participación de exponentes y especialistas de Argentina, Brasil, Costa Rica, Francia, entre otros países.
Revolución tecnológica
Cuando el mundo pensaba en cómo desempolvarse luego de dos años de pandemia, aparece Rusia “pateando el tablero” y reconfigurando la manera de mirar el futuro. “Tratamos de reflexionar sobre el largo plazo y el mundo, dos dimensiones que muchas veces en Argentina no están presentes”, afirmó Fernando Vilella, director del Programa de Bioeconomía de la Fauba, profesor de la Cátedra de Agronegocios y uno de los organizadores del encuentro.
Ucrania y Rusia representan el 30% del mercado mundial de trigo. En este contexto, planteó la realidad de los países árabes del norte de África donde la falta de trigo (o su precio excesivo) podría tener consecuencias sociales y políticas como ocurrió en 2011. “Países donde el consumo per cápita de pan es el doble que la media global. Que adquirían mayormente por precio y cercanía de los lugares donde hoy está el conflicto. Habrá un colapso geopolítico con múltiples problemas sociales y económicos”, vaticinó.
A esta realidad, se suma el hecho de que Rusia provee hasta el 20% de los fertilizantes que se comercializan en el mundo, cuyo precio picó en punta. “Esto, sin dudas, repercute en los costos para producir en Argentina. Sin embargo, no se movió ni una medida para incentivar la producción del trigo que el mundo y el Banco Central necesitan”, dijo. Mientras que Marruecos le compra a Rusia el 80% del trigo que consume y tiene para ofrecer roca fosfatada para hacer fertilizantes, “Argentina importa casi todo el fósforo que necesita para fertilizar y el 60% de los fertilizantes nitrogenados”, apuntó Vilella.
A corto plazo, el especialista proyecta “precios de alimentos altos al menos durante los próximos dos o tres años. Habrá países que no ofertarán y aquellos que sí lo hagan, lo harán con menos rendimientos porque los insumos son muy caros o no están. Debería ser una oportunidad para generar una estrategia para aprovechar estas circunstancias para posicionar mejor a Argentina”.
Por el contrario, Vilella vaticina un círculo virtuoso para Argentina de la mano de dos factores: la bioeconomía y la revolución tecnológica: “La superficie no se puede seguir expandiendo. Se debe encontrar mayor rendimiento en el mismo espacio. Y esa mayor productividad tiene que ser amigable con el medioambiente. Hoy contamos con grandes tecnologías, como los bioinsumos, y aquí radica el desafío del momento. Necesitamos una inserción internacional distinta”.
Según Vilella, “la bioeconomía, la minería, la energía, el turismo y la industria del conocimiento son parte del futuro desarrollo de Argentina. Sostener a la gente en el territorio donde nació, con una calidad de vida que los sistemas informáticos lo pueden permitir. Argentina tiene recursos naturales y humanos. Historia y tradiciones. Esas son fortalezas que deben expresarse a nivel nacional”.
Las oportunidades del maíz
Pedro Vigneau, presidente de la Asociación Maíz y Sorgo Argentino (Maizar), expuso también durante el simposio y se encargó de sostener que Argentina enfrenta “una gran oportunidad” en la combinación de dos factores que se potencian: los recursos naturales y humanos: “Somos poseedores de una cuenca fotosintética muy eficiente por nuestro clima. Lo bueno es que está fotosíntesis es federal: está en casi todas las provincias (por no decir en el total). Esto lo potenciamos con una red de talentos que tienen que ver con la toma de decisiones sobre esta gestión que no se ven en muchas partes del mundo. Gente joven y muy bien formada que marcan, a través de un sistema productivo también diferenciado, una ventaja comparativa muy importante”.
Pero este panorama auspicioso contrasta con la realidad: “El año pasado exportamos como grano el 78% del maíz que producimos. Países como Brasil y Estados Unidos transforman este grano en biocombustibles, en proteína de origen animal o en infinidad de usos que le permite la bioeconomía”, dijo. El mercado está pidiendo productos renovables con una huella ambiental distinta al viejo paradigma que tiene que ver con lo fósil. “Argentina no tiene una política de Estado orientada al desarrollo de esas oportunidades”, dijo.
El lema del próximo congreso de Maizar que se llevará a cabo el día 28 de junio, será “El maíz siempre está”, y tiene que ver con lo que explicó Vigneau en el simposio: “El nuevo paradigma hace que las empresas busquen fuentes renovables como ingredientes de los productos que les ofrecen a sus consumidores. Consumidores que están preocupados por el cambio climático y la huella ambiental de lo que compran. Allí surgen oportunidades para los productos renovables que todos los años podemos volver a producir gracias a la biomasa que genera la fotosíntesis. Hay más de 700 productos fabricados a base de maíz, entre ellos, pasta dental, pañales, jabón y alcohol en gel. Hay marcas de neumáticos o suelas de zapatillas que hacen sus productos a base de biopolímeros de maíz. En el Congreso de Maizar voy a usar un traje que está hecho con una tela a base de almidón de maíz. Es enorme la cantidad de productos que todos los días tenemos a mano gracias al maíz”, afirmó Vigneau.
Sin embargo, Argentina exporta más de tres cuartas partes del maíz que produce sin transformarlo. “Si seguimos por este camino para que el maíz sea transformado en otro país, le estamos agregando mucha huella. Esa transformación debería darse lo más cerca posible de los lotes de producción”.
En este sentido, el maíz argentino posee “la menor huella ambiental del mundo y esto tiene que ver con el modelo productivo argentino”, apuntó Vigneau. Según explicó, existen dos vectores que brindan una diferenciación importante en cuanto a impacto ambiental. El primero es que aquí “casi el 90% de las hectáreas agrícolas, se hacen en siembra directa. En el mundo es exactamente al revés: el mismo porcentaje se sigue haciendo con el arado, el disco, etc. Eso significa una cantidad enorme de combustible fósil para hacer la labranza. Y también la oxidación de la materia orgánica cuando exponemos el suelo al oxígeno. Eso genera emisiones. Esto marca una diferencia de huella importante a favor de Argentina. El otro vector es la baja fertilización nitrogenada comparada con otros lugares del mundo. El consumidor está dispuesto a pagar por esa diferencia”.
Tres ejemplos de bioeconomía
Victor Accastello, director de Insumos Agropecuarios e Industrias de la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA), presentó tres experiencias concretas que se vienen realizando desde ACA y que tienen que ver con la bioeconomía y la economía circular.
La primera tiene que ver con la planta de residuos plásticos provenientes del campo que posee ACA en Cañada de Gómez para transformarlos en nuevos usos industriales. Dicha planta procesa silobolsas usados y bidones fitosanitarios vacíos con triple lavado desde 2017. Pese a que tiene una capacidad para procesar 7000 toneladas por año, Accastello contó que procesan solo 4000 tn/año: “Es muy difícil lograr la logística inversa, es decir, que el plástico usado regrese desde el campo a la industria”, explicó. Entre los motivos de que esto ocurra, se destaca el mercado informal de las silobolsas.
Sobre el proceso que se realiza desde la planta, Accastello contó: “El plástico que se recibe, se procesa a través de un sistema de molienda, de lavado y de secado. Luego pasa a la extrusión final para lograr esa ‘arveja’ de plástico recuperado. Este puede ser de alta densidad (bidones) o baja (silobolsas). En paquetes de 1100 kilogramos, se venden a 40 industrias argentinas que elaboran diferentes productos con el plástico reciclado: guardabarros, caños tritubos para fibra óptica, bolsas para consorcio, mangueras, geomembranas, entre otros. Así, aseguramos una economía circular, dándole múltiples usos al plástico”.
Según adelantó, existen posibilidades concretas de exportar el producto. “Hay compañías que lo están pidiendo para mejorar la huella de carbono y poder cumplir con sus compromisos globales”, aseguró Accastello.
El segundo caso que presentó el director de ACA en el simposio fue la planta de criadero de cerdos de Yanquetruz, en Juan Llerena (San Luis). Con 8 años de existencia, la planta hoy tiene 2900 madres y produce animales de 115 kilogramos que son trasladados a Justiniano Posse (Córdoba) a una fábrica en la que se elaboran los productos marca Magret: “Las madres y los cerdos generan purines. Esos efluentes con otras biomasas alimentan 5 biodigestores. Éstos, a través de motores que reciben el gas, lo transforman en 2 MW/h de energía eléctrica que se vuelca al sistema interconectado nacional. Así, los efluentes de los cerdos se transforman en energía eléctrica y también térmica que se utiliza para calefaccionar la infraestructura donde se alojan a las madres”.
Además, los cerdos se alimentan a base de maíz proveniente de campos cercanos. Esos productores no llevan el grano al puerto y forman parte del proceso de economía circular. Pero hay más: “De los biodigestores, también queda un bionutriente que se utiliza como biofertilizante para campos de la zona o un poco más lejos. Así, se producen las semillas híbridas que ACA le vende a las cooperativas”, detalló Accastello.
“Acabio” es la tercera experiencia que se presentó en el simposio. Desde la planta ubicada en Villa María, Córdoba, elaboran bioetanol a partir del maíz. Se trata de la más grande del país, con una capacidad de producción de 800 m3/día: “Uno de cada 33 autos nafteros del país, funciona con combustible de esta planta”, contó Accastello. El bioetanol se produce con el almidón de la planta de maíz. El resto (proteínas, materia grasa y minerales) se destina a nutrición animal, y lo único que queda es el dióxido de carbono. “Actualmente se recupera una buena parte, que se purifica y comercializa. Hoy las burbujas de las gaseosas son gas proveniente de maíz (antes era de petróleo)”, contó, y aclaró que también se utiliza para la industria del litio, matafuegos y otros usos.
Luego de abastecer a las petroleras locales para el corte de las naftas con el 12% que exige la legislación (en Brasil es el 27%), el bioetanol se exporta a Chile y Brasil. “Para entrar en Europa, se tiene que demostrar un ahorro de emisión de gas de efecto invernadero superior al 70% con respecto a la huella de la nafta según estándares de allá”. Es decir, si la nafta europea tiene 100 unidades de emisión, se debe llegar con 30 desde que se planta la semilla hasta la llegada al Viejo Continente del producto. “Acabio demostró un ahorro del 72% por lo que ese etanol puede entrar”, afirmó el director de ACA.
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