Trigo, un cultivo central en la historia y el futuro de nuestra Vaca Viva

El trigo es central en la historia de gran parte del mundo, ya que junto al arroz en Asia y el maíz en América y África forma parte de la mayor base alimentaria de la humanidad.

NOTICIAS 03/05/2022 REDACCIÓN REDACCIÓN
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Así comienza su análisis el ingeniero agrónomo Fernando Vilella en su columna de "Mitre y El campo"

Es el grano más cultivado para consumo directo humano con una producción en 2021 de 780 millones de toneladas, frente a las 1145 de maíz, mayoritariamente como forraje animal, y la de arroz de 514 millones de toneladas.

No se entiende la historia de la agricultura en occidente sin la presencia central del trigo, que, comenzando su domesticación en la Mesopotamia del creciente fértil, se expande al Egipto africano y a Europa, llegando a los cinco continentes tras las conquistas europeas de América y Oceanía.

Muchas de las primeras especies cultivadas se comportan ecológicamente como pioneras en una sucesión secundaria, es decir son las primeras en recolonizar un hábitat después de que una perturbación importante, natural o artificial, por ejemplo, un terreno alrededor de un poblado o un suelo arado. Tienen alta tasa de crecimiento, ciclos cortos y generan muchas semillas que se dispersan fácilmente. En el caso del trigo adicionalmente es producto del laboratorio biotecnológico más complejo, la naturaleza, ya que por mutaciones e hibridaciones naturales entre varias especies de Triticum diploides (un par de juegos de cromosomas) que generan hace 500.000 mil años tetraploides (con cuatro juegos) y hace unos 8.000 años un hexaploide, es decir con seis juegos de cromosomas en lugar de 2 Eso hace que el genoma del trigo sea de los más grandes y complejos ya que con unos 17 pares de Gigabases (17.000 millones de pares de nucleótidos) es unas 6 veces más grande que el tamaño del genoma humano.

En Argentina también fue fundante de la agricultura extensiva y por muchos años el principal cultivo. El llamado granero del mundo a comienzo de siglo XX cultivaba 3 millones de has que se duplican en la década del 10 y llegan al récord de 9,2 en 1927. Todo con arado tirado por caballos y sin cosechadoras, enorme esfuerzo humano digno del día del trabajo que conmemoramos este 1 de mayo. Las siembras actuales son de unos 6,5 a 7 millones de has. Los datos históricos de superficie son cruciales ya que por siglos el rendimiento se modificó muy poco, entre 800 y 1000 kilos por ha, de los cuales entre el 20 y 25% tenían que guardarse como semilla. Por eso la irrupción de la maquina a vapor en ferrocarriles y barcos abaratando la logística y transporte puso en el mercado mundial las llanuras de Argentina, EEUU y Australia a costos aceptables facilitando el aumento de la poblacional mundial.

De esa 1 tonelada por ha con más agronomía basada en ciencia se llega a una tonelada y media en 1962, en los 80 a dos toneladas, estabilizándose en ese valor a partir de 1992. Llegando a 3 toneladas en la última década, triplicando lo histórico. Hoy estamos en 3,3 tn/ha.

Hoy, además de alimentar debemos cuidar el ambiente y gracias a la ciencia tenemos un trigo más positivo para la naturaleza.  La huella de carbono es un indicador ambiental que pretende reflejar la totalidad de gases de efecto invernadero emitidos por efecto directo o indirecto de un individuo, organización, evento o producto. Un trabajo del INTA y el  INTI para ARGENTRIGO muestra que la huella de carbono del trigo argentino, según metodología del IPCC (Panel internacional para el cambio climático según su sigla en inglés) resulta en 152 Kg CO2 eq / t de trigo en la puerta del campo variando según nivel tecnológico y como muchas veces ocurre  la menor tecnología tiene un 16 % de mayor impacto ambiental.  A ese valor se le suman 38 Kg CO2 eq/t por el transporte para llegar al puerto de exportación. Los sistemas de siembra tienen un 30 % menor que los convencionales. Esta huella de Carbono del trigo argentino es 62% inferior a la calculada por el INIA de España (Amaia, y otros, 2012) y 59% por debajo de la de AHDB (2012) para el Reino Unido y un 27 % por debajo de lo calculado para Australia (Brock & Stephens, 2020). Y las pastas elaboradas en Argentina tienen una Huella de Carbono 74 % inferior a la estimada para Europa (UNAFPA, 2018).

Es cada vez más clara la tendencia de los mercados internacionales a valorar la trazabilidad (saber la forma en que se realizaron los procesos de forma fehaciente) y el impacto ambiental del producto en cuestión. Un estudio de IBM business value de 2020 dice que un 57 % de los consumidores están dispuestos a cambiar sus hábitos de compra para ayudar a reducir el impacto ambiental negativo.

Pero también el trigo puede bajar los GEI en otra actividad, la construcción de viviendas y espacios públicos de “cero carbono” o “carbono negativo”, a partir del rastrojo del trigo comprimido para la fabricación de placas para paredes que los ahorran al momento de construir reemplazando materiales de alta huella como el cemento, ladrillos, cal o hierro. También luego en la climatización posterior, ahorrando el 90 % tanto en calefacción como en refrigeración. Recordemos que las mayores fuentes de las emisiones son primero las viviendas y los edificios; seguido de los automóviles, los procesos productivos industriales, y luego la agricultura. Usar la fotosíntesis para mejorar nuestras viviendas y calidad de vida es sin dudas pura bioeconomía

A esta rica historia de logros se añade un nuevo desafío internacional producto de la invasión rusa a Ucrania con consecuencias aún no expresadas globalmente en términos de seguridad alimentaria en decenas de países ya sea por precios y/o por disponibilidad, pero también con impacto en la energía y directa o indirectamente en los costos de agroquímicos, con centro en los fertilizantes. Rusia tiene una porción de mercado  global de entre el 15 y el 20% de los fertilizantes nitrogenados, potásicos y fosforados. Tanto que 25 países tienen una dependencia de las importaciones rusas del 30% o más. Y países localizados en Europa del Este y Asia Central tienen una dependencia de importación de más del 50%. Reduciendo así la disponibilidad futura de trigo.

Frente a ello hay una enorme oportunidad para el trigo argentino si somos capaces de acompañarlo con estrategias públicas-privadas acordes, por ahora ausentes, teniendo la oportunidad de seguir sirviendo a una agricultura inteligente, regenerativa, con más ciencia y tecnología potenciando la Vaca Viva que responden a las exigencias más exigentes de los mercados mundiales.

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