
Este informe del INTA Rafaela analiza cómo dos estrategias de manejo impactaron en el rendimiento y la calidad del silaje en un contexto de condiciones climáticas adversas.
Los Chirieleison llegaron desde Sicilia durante la Segunda Guerra Mundial. Se instalaron en la zona oeste de la ciudad de Rosario, detrás del Polideportivo de Bella Vista. En ese entonces, era todo campo y no había urbanización. Por tratarse de terrenos bajos, consiguieron las tierras a buen precio y se instalaron. Desde ese entonces, se dedican fundamentalmente a las hortalizas, a las verduras de hoja.
La que cuenta la historia es Stefanía, viuda de José, con quien estuvo casada durante casi 20 años. “Él vino de Italia siendo muy chico con sus papás y continuó con la huerta cuando sus padres fallecen. Se casó con su primera mujer y sus hijos aún hoy siguen trabajando las tierras”, cuenta Stefanía. José fue luchador de miles de batallas, pero el año pasado el Covid pudo con él y quedó Stefanía a cargo de una parte de la quinta que ronda las 4 hectáreas. La otra parte la trabaja Felipe, uno de los hijos de José.
En los primeros años, según les contó José, araban la tierra con una mula. La araban varias veces para que se ventile bien y así la verdura creciera mejor. Sembraban ‘al voleo’, tirando la semilla al aire con la tierra ya preparada. Con el tiempo fueron equipándose, compraron herramientas y tractores, y de esta manera no se desperdicia tanto.
Según cuenta Stefanía, Felipe hace todo orgánico. “Yo trato de hacer todo orgánico, pero a veces no se puede. En el verano, por ejemplo, el bicho es impresionante y hay que curar la verdura con algún producto”, confiesa Stefanía.
“En los mercados concentradores reciben productos de afuera y no todo es orgánico. No hay manera de competir. A nosotros se nos hace más costoso porque nos exigen cuestiones que al productor de La Plata no se las piden. Acá hay más trabajo humano, artesanal. Se coloca el plantín y al no curarse con productos químicos, es necesario mucha mano humana para extraer la maleza”, se queja Stefanía.
Las verduras orgánicas se tratan con tierra de diatomeas, explica Stefanía. Las diatomeas son algas fosilizadas que se usan en forma de tierra como fertilizantes o insecticidas ecológicos. Se suma también la alternativa del humus de lombriz. “Muchos años atrás, mi marido ‘engordaba’ (fertilizaba) la tierra con gallinaza (estiércol de gallinas), y la calidad de la mercadería era muy buena. Lamentablemente son hábitos que se fueron perdiendo”, cuenta.
Felipe produce zapallitos, zucchini y tomates, entre otros productos. Tiene mucha variedad aunque no en grandes cantidades, y vende en las ferias municipales de Rosario.
Un día en la quinta
Según sea la época del año, las tareas y horarios de trabajo varían. En invierno, cuando están las heladas fuertes, no se puede cosechar hasta las 11 de la mañana, y se sigue trabajando durante la hora de la siesta. En verano, todo lo contrario: “Cerca del mediodía la verdura se cae, y hay que trabajar temprano”, cuenta Stefanía.
Hoy trabaja la quinta junto con un mediero. “Ahora, en plena época estival empezamos a las 6 de la mañana. Si hay que hacer mercadería, comenzamos a cosechar. De los repartos, la atención al público y las ventas me ocupo yo. A la tarde hay que seguir estando encima de la tierra, retirar los yuyos y esas cuestiones. Un día se prepara la tierra, otro día se pasa el escarpidor (herramienta para trasplantar o limpiar la tierra), otro el sapín (para limpiar). Y después se termina de cosechar.
Por otro lado, le dan especial atención al sistema de riego. “Hoy es a través de agua de pozo, con bombas que extraen el agua, y tenemos una pileta con una cisterna”, explica.
Aquí Stefanía interrumpe la charla para compartir una recomendación clave y que tiene que ver con la importancia de las rotaciones, que tanto se brega en las producciones a gran escala: “No se siembra el mismo producto en el mismo lugar. Se va rotando, de lo contrario no nace bien o directamente no nace”.
La mercadería la venden en el Mercado de Productores Rosario, a particulares y a pequeñas verdulerías. Hoy además de los mercados concentradores, existen “galpones” diseminados en distintos puntos de la ciudad, que revenden la mercadería y que ofician de “pequeños mercados”.
El mismo quintero hace la presentación de la mercadería. “Se arma el paquete, se encajona, se lava y se lleva. Vos encargás una torta y cuando la desenvolvés, está lista. Lo mismo ocurre con la verdura. Estuve toda la tarde pelando la cebolla de verdeo. Le sacó tres hojitas para que quede estéticamente más presentable”, detalla Stefanía.
Los túneles
Para proteger las plantas, especialmente en sus primeras etapas de desarrollo, utilizan túneles que consisten en una estructuras que protegen las plantas de temperaturas extremas, tormentas, vientos y de enfermedades. Hoy cuentan con dos túneles, y uno está destinado casi exclusivamente a la albahaca “que es muy delicada”.
Para conocer el paso a paso, Stefanía detalla el proceso: “Trabajamos con el sistema de plantines, más que de semillas. Se hace el plantín, se arma la tierra, se prepara el surco dentro del túnel y se siembra uno por uno cada plantín. Además de hacer plantines de albahaca, hacemos plantines de cebolla de verdeo que después trasplantamos a campo. En el túnel se siembra lo que uno quiere. No es que crezca mejor la mercadería, pero está más cuidada”.
También usan mediasombra para cubrir la lechuga, la rúcula, la radicheta para evitar que el exceso de temperatura “las queman”. En invierno la lechuga y la acelga se cubren con pao pao (una malla térmica). El puerro no es necesario ya que “si bien hay que limpiarlo y regarlo, crece prácticamente solo. No necesita tanta atención”, explica la productora rosarina.
Después de la muerte de su marido, Stefanía no dudó seguir con la quinta. “De valiente, seguí con el negocio”, reconoce.
“Fui conociendo a los puesteros del mercado a través de mi marido. Y por lealtad, amistad y empatía me siguen comprando. Además de que tengo buena mercadería”, remarca. Hay cierta solidaridad entre los mismos productores. La mayoría son hombres los que trabajan. Tradicionalmente la mujer hacía las labores del campo, trabajando de sol a sol, pero los tiempos cambiaron y son cada vez más mujeres las que se hacen cargo de otros roles.
Stefanía aprendió a manejar y hoy conduce la chata que usan para cargar la mercadería y repartirla. “Aprendí a ir al mercado y cómo acomodar las mercaderías. Los cajones hay que ponerlos cara con cara porque mantienen la humedad. Con los precios, por ejemplo, siempre fui más peleadora. Él era más condescendiente, tenía un gran corazón que enseguida aflojaba”, cuenta emocionada.
El problema de los robos
“A los pequeños productores nos cuesta seguir adelante. Es mucho sacrificio: se pierde cosecha por sequía, por abundante agua, algún bicho, o simplemente no nace la mercadería o te roban”, lamenta la productora.
Entre los motivos por los que desaparecieron varios quinteros, se destaca el económico. “Se le hace muy difícil al productor del cordón verde de Rosario. Sufrimos mucho el tema de los robos de las mercaderías. El año pasado llegaron a mi casa 4 hombres armados. Se roban lotes de mercaderías por la noche de una manera impresionante. Se han llevado canteros enteros de lechuga, cebollas de verdeo en dos noches. Nuestra casa está en medio de la quinta. No ves lo que pasa en la otra punta. Tampoco te podés exponer y salir a la noche. Acá no pasa la policía. Estamos abandonados. A esto se suma la falta de iluminación y el estado de los caminos”, enumera Stefanía.
Fuente: Agroclave Iván Garbulsky
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