
Este informe del INTA Rafaela analiza cómo dos estrategias de manejo impactaron en el rendimiento y la calidad del silaje en un contexto de condiciones climáticas adversas.
“Soy licenciada en química, pero me orienté a la química biológica, a la biología molecular y terminé en la genética y en la biotecnología”, cuenta Raquel Chan, una de las diez científicas más importantes de América latina según publicó la BBC.
Chan es investigadora superior de Conicet, directora del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL, Conicet-UNL) y profesora titular de la Universidad Nacional del Litoral. Junto a su equipo de investigación, lideró el desarrollo del gen HB4 del girasol, que al ser colocado en otras especies como trigo o soja, le permite activar mecanismos que responden favorablemente a la falta de agua y a la sequía.
Invitada por la EEA Inta Rafaela, la especialista compartió una charla dirigida a profesionales y productores bajo el título: “Experiencias y perspectivas de la problemática de pasar de una planta modelo a un cultivo y de la cámara al campo, en el mejoramiento vegetal con herramientas biotecnológicas”. Sobre el cierre, brindó una conferencia de prensa de la que participó Agroclave y en la que dejó los siguientes conceptos.
Ciencia y universidad
Como docente de la UNL, Chan tiene contacto casi cotidiano con los jóvenes que eligen estudiar ciencia: “Creo que cuando eligen carreras científicas no tienen mucha noción de dónde se meten. La secundaria no sé hasta dónde los prepara para hacer una buena elección. Creo que con todas las carreras puede pasar algo similar”, dijo.
Al ser consultada sobre el protagonismo que el Estado le brinda a la ciencia, Chan resaltó: “Tiene muchos vaivenes. No se ha convertido en una política de Estado por lo que varía según la gestión a cargo. Los países muy desarrollados demostraron que la inversión en ciencia (las empresas y los institutos) trae como consecuencia que el producto bruto per cápita aumente significativamente. Noruega, Corea, Alemania e Israel son ejemplos claros. Invierten entre 4 y 5% del PBI (Argentina está cerca del 0,5%)”.
Pero aquí Chan hizo una salvedad: “Hay que encontrar las particularidades y las potencialidades propias de cada territorio. Esto no significa avanzar en cualquier ciencia. Hay que mirar esos modelos pero adaptarlos a nuestra propia realidad e idiosincrasia”, planteó.
Un largo camino
La tecnología HB4 viene transitando un largo camino desde su descubrimiento en los 90 hasta hoy. Esta campaña de trigo que comienza será el puntapié inicial para su comercialización. Un convenio entre la empresa de biotecnología Bioceres, la UNL y Conicet, le dio el impulso clave al desarrollo de la investigación. En 2020 Argentina aprobó el resultado de las pruebas y en noviembre de 2021 Brasil, principal comprador de trigo argentino, con el 46% de participación del total de destinos, aprobó la harina elaborada con trigo HB4 para su venta y consumo, y la semana pasada se conoció la noticia de que China aprobó la importación de la soja HB4.
Al respecto, Chan describe: “La tecnología que incluye el gen HB4 le da un mejor rinde a la planta en condiciones de estrés por déficit hídrico o en condiciones normales”. Ese mejor rendimiento puede llegar al 42%.
Con respecto a los acalorados debates que produjo su desarrollo (muestra notas de los principales portales del mundo), señaló: “El avance de cierta tecnología genera rechazo en ciertos sectores de la sociedad. El café, por ejemplo, estaba prohibido en Inglaterra durante el siglo XVIII. Se decía que volvía loca a la gente y que le generaba alucinaciones. Hoy se toma en cualquier bar inglés”.
“Depende de cuán informada esté la persona. El principal cuestionamiento viene sobre cómo fue desarrollada la tecnología que además de generar tolerancia por déficit de agua le brinda una resistencia a un herbicida llamado glufosinato de amonio, el cual se utiliza para alfalfa y otros cultivos”.
Con respecto a los herbicidas dijo que, “por ahora”, es la única manera que se tiene para combatir las malezas: “Hasta el momento la ciencia no encontró nada mejor y ojalá que lo haga”, remarcó. Sobre su aplicación, Chan refirió a la legislación que rige estas prácticas. “Hay gente que la transgrede y lo único que queda es el control”, dijo.
A la investigadora le cuesta entender algunas miradas que se tienen respecto a la ciencia. “Hay gente que no quiere transgénicos como no quiere una vacuna”, dijo y amplió: “Hay una fantasía sobre lo que es natural. Muchos piensan que si no es transgénico, es natural. Nada de lo que comemos es natural. Todo ha sido mejorado por técnicas clásicas: cruzas, selección. El maíz no existía en México. Es hijo de las mutaciones del teosinte que hoy nadie le agregaría a su sopa. El brócoli, la coliflor no existían en la naturaleza. Son obras del hombre”.
Para Chan hay que diferenciar natural con orgánico, que implica “el no uso de herbicida en su producción. Salvo algunos cultivos, la producción es muy baja con costo muy alto. En Nueva York te venden una manzana orgánica preciosa a 5 euros. Pero ¿quién puede pagarla en Argentina?”.
El planteo pasa también por qué países de Europa, por ejemplo, irán cerrando el mercado a los productos transgénicos, lo que podría generar un problema mayor. Ante este escenario, Chan señaló: “Los europeos perdieron la batalla con Estados Unidos, que desarrollaron los transgénicos antes. Entonces inventaron esto de ‘los verdes’. Y se les fue la mano porque ahora no pueden controlarlo. Los europeos no usan transgénicos en general, pero sí usan glifosato”.
Ante la consulta sobre si existe alguna relación entre el gen HB4 y la huella de carbono e hídrica, señaló: “Se publicó un trabajo de un grupo de Estados Unidos totalmente independiente. Quedé sorprendida. Con datos extraídos de satélites, hicieron un estudio de trigo HB4 y demostraron que reduce la huella de carbono y la hídrica”.
Sobre el argumento de los mismos acopiadores respecto al riesgo que veían para la comercialización del trigo argentino, ante la posibilidad de que el transgénico pudiera mezclarse con el no transgénico, respondió: “Tienen miedo de que se mezclen. Bioceres se ocupó muy bien de este riesgo: no se cultivó en cualquier lado. Cada ensayo que se hizo en diferentes puntos del país fue seguido minuciosamente. Creo que estas dudas aflojarán cuando vean que esto se vende”.
Comparada con las dos grandes tecnologías hasta ahora conocidas como las RR y BT (y sus combinaciones) “la HB4 no es un negocio universal. No le conviene a un productor de cualquier lugar. En Buenos Aires, Córdoba, San Luis funcionó”, aclaró Chan.
Entre lo público y lo privado
Los efectos del cambio climático, como la sequía, es una realidad por la que atraviesa un mundo cada vez con más habitantes que demandan alimentos. Esto exige el involucramiento y la sinergia de diferentes sectores para el desarrollo de respuestas a esta conjunción de factores. En esta historia, la participación del Estado (Conicet, UNL) y el sector privado (Bioceres) fueron fundamentales.
“El Estado tiene una mecánica de administración muy compleja para un desarrollo de estas características que la empresa puede gerenciar de una manera más eficiente”.
Chan fue clara: “Es difícil poder desde el Estado porque tiene una serie de mecanismos que, en este caso, haría inviable la experiencia”, dijo. “Si tengo que comprar una notebook, por ejemplo, debo brindar una serie de procedimientos que pueden llevar meses. Está bien que sea así, porque tiene que ver con la transparencia. Pero para un desarrollo de estas características, es bastante complicado”, agregó.
Al ser consultada acerca de qué sistema prefiere para poder desarrollar sus investigaciones, Chan no dudó: “El sistema público tiene muchas ventajas. Una es el libre albedrío. Uno hace la ciencia que quiere. Yo estoy muy agradecida del sistema público. Tiene muchos defectos, mil cosas que no funcionan. Pero a la vez, hay gente que tiene la camiseta tatuada”.
Escuelas de biofábricas
Hoy, el equipo de investigación que lidera Chan está abocado al estudio de otro gen que proviene del girasol: el HB11, con tolerancia a inundaciones (anegamientos) y tormentas. Se está desarrollando en el maíz y en otros cultivos. “Cuando lo colocamos en las plantas le genera mejor rendimiento aún en híbridos”. Ya hicieron 4 ensayos a campo con maíz, soja y arroz.
Otro de los temas a los que está abocada la especialista es la creación de “escuelas de biofábricas” que tienen un interés más socioproductivo que investigativo propiamente dicho. En Argentina existen biofábricas en Córdoba, Misiones y Hurlingham (Buenos Aires) “Se desarrollan cultivos que normalmente no se pueden producir por semillas. Lo hacen por plantines. Esto podría significar un medio de vida muy importante para mucha gente”.
Para la concreción del proyecto, es necesario equipamiento: “Les propusimos al Ministerio de la Producción de la provincia poner a punto estos cultivos y hacer una escuela. Enseñarles a los capacitadores. Ellos van a sus escuelas agrotécnicas y se los transmiten a los adolescentes que podrán arrancar con emprendimientos y producir este tipo de plantas que no es tan difícil”. Chan se mostró entusiasmada: “Hay muchas cosas que se pueden hacer. En particular, la provincia nos pidió árboles autóctonos para poder reforestar. Cualquier persona puede producir planta, venderla en un vivero y así obtener un medio de vida” cerró.
FUENTE: AGROCLAVE
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